Cada uno es el templo donde se adora al otro
con las exigencias a nivel de piel.
¿Qué mejor que la herejía del cuerpo,
donde el amor es el verdadero Dios?
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Y en la deseada fusión
de esos cuerpos de espinas,
dos bocas de cereza
sangrarán suave veneno.
Y el rojo purulento
será vaticinio
de no amargura,
de suspiros indoloros
y sonrisas obvias.
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De palabras imprecisas está contada esta historia. En ella no se plasma la decencia, no hay cabida alguna para el pudor.
Las sábanas callan que los vieron entrar como dos buenos amigos envolviéndose en las pieles de nuevos amantes.
Una pequeña mochila fue dejada en un rincón. Como imanes se atrajeron bocas y cuerpos, las manos mesuraban territorios previamente explorados.
(¿sabes que podrías hacer un mapa con mis lunares y yo un recorrido con cada uno de tus nervios?)
– – –
Chocolate en las lenguas, jugaban, se entrelazaban. No había dolor ni desconfianza, ni en las miradas ni en las palabras que se habían esfumado. Era un desvestirse cómodo, casi imperceptible.
– – –
Dices que siempre te sonrojo. Tú me haces sonreír. Pero en esta ocasión las miradas irradiaban fuego, ternura, deseo. El juego virtual traspasó realidades y ahí estaban ambos: calientes, cachondos, los sexos frotados, las manos unidas en un solo puño, los nombres repetidos en bloques de tres.
(¡pero qué bien se escucha mi nombre en tu ronroneo feroz!)
– – –
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El vuelo de tu canto
reposa en mi,
como vuelo de mariposa
Sobre las flores.
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Existo porque me evidencian mis sentidos. Así de simple.
Soy porque los sentidos me hacen tener cierta razón en mente y cuerpo.
Y por supuesto en hígado y corazón.
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Tu nombre escrito tres veces
como evocación del pecado:
noches en la tibieza,
en la carne florida,
Tu nombre
es el rojo deseo
por más besos.
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abres sus aguas.
que acoge
tu náufrago
cuerpo.
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Si tan sólo tuviera corazón.
Mas en mi no hay latidos,
Sólo un hueco donde resuena
tres veces tu nombre.
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«Mujer… mujer bonita…. donde estas que no te veo…..
donde me dejaste?»
Recordé entonces que no corría sino volaba hacia aquella vía abandonada del tren. Tenía alas. Sí, volaba hacia ti, al árbol donde esperabas en las sombras y alguna vez colgamos sueños.
Recordé también que yo te decía «mi gato». Porque amo a los gatos. Y tú eras mío.
Me acuerdo muy bien de ese árbol. Y también la casita llena de luz, y tus palabras refiriéndose a la vida, la lluvia, al tiempo, al viento con nosotros.
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Y darnos un fuerte abrazo de esos que liberan y ahogan.
(Ahogan la respiración, más nunca al otro; liberan suspiros).
De esos abrazos que sobresaltan emociones,
que tamborilean el pecho como si mariposas surgieran del cuerpo.
De esos que olvidas todo lo que rodea
(el exterior se difumina para enfocar toda sensación).
Las mariposas surgen entonces del pecho y del vientre
para revolotear cálidas y tiernas,
dentro de un maravilloso silencio
que lleva al paraíso prometido.
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